lunes, 4 de diciembre de 2006

Navidad, dulce navidad


Yo fui aprendiz de alquimista…, en el banco de carpintería de mi abuelo, con un compinche trituramos carbón, nitrato de sodio y azufre y tratamos de reinventar la pólvora, nuestro mayor logro: ¡hacer que los explosivos tuvieran propulsión (y no explotaran) y que los artefactos de propulsión explotaran en el sitio mismo de encendido!

No parábamos de reír con semejante peligro, pudimos incendiar la legendaria casa, pero en fin, o nuestros padres no lo sabían o no creían que fuéramos capaces de fabricar tan letal sustancia, inventada para cambiar los resultados de grandes batallas y capaz de exterminar imperios.

Nos saciamos con explosiones, erupciones y vuelos aleatorios de (¿¡inofensivos?!) misiles… y pasaron los días, pasó la infancia, la adolescencia, el amor, el desamor, los años…, los sueños pasaron a ser otros sueños, hasta este punto…

Ahora la época y el ruido vuelven mi memoria atrás y me declaro absolutamente incapaz de lanzar un “volador”, de hacer que las “Chapolas”* exploten a unos milímetros entre mi índice y mi pulgar, de hurgar con un palito dentro de un “volcán” para que por fin vomite su chorro de luz, de soplar en la punta de un “silvador” para darle ánimos de volar, o de hacer una cadena de “totes” para amarrarle al gato que, espantado, perdería en el espectáculo seis de sus siete vidas (¡Pirotecnica felina!).

Soy todo un cobarde, me volví todo un “papá”, a mis hijos ni las “chispitas”, no sea que se saquen un ojo con esa vaina, y no dejo de sentirme un traidor del jolgorio y la locura que con tanta pasión disfruté.

Entonces vuelvo a lo de la alquimia, la propia, a la pregunta básica de cómo hacer para que el cobre se transforme en oro y viceversa, ¿Cómo un polvorero suicida se convierte en un ser incapaz de jugar con velas?.

Mi primera teoría fueron los hijos, definitivamente ellos nos transforman como el más potente catalizador, pueden arrancar del alma hasta las más profundas convicciones anarquistas. Pero para ser honesto no es fueron ellos, aunque son una buena excusa.

Tratando de usar una búsqueda metódica en mi débil memoria encontré con facilidad el momento exacto en que las explosiones dejaron de significar alegría para expresar Terror: 1990, Medellín, eterna primavera… eterna indiferencia!.

En ese entonces las detonaciones no fueron ningún chiste, uno cerraba las ojos y se imaginaba los cuerpos mutilados, oía las ráfagas y pensaba en el parche de amigos atacados desde el “Renault 12 Blanco” desde el que los policías ejecutaban su venganza… nunca más una explosión significó para mi algo bueno, ahora los “truenos” de la navidad paisa me devuelven el maldito recuerdo de la guerra, por cuenta de aquellos que nunca escucharon ni escucharán la absurda batalla, aunque ocurra en la acera de la propia casa.

Ahora creo que va a ser necesario volver a la alquimia, tal vez sea suficiente un poco de alcohol etílico, o la ingestión exagerada de “manjares” navideños, o talvez baste con la sonrisa de mis hijos para borrar esas amargas sombras de mi memoria.

* (Papeletas, igual en todas partes le dicen distinto, mejor no explico las palabras, no soy capaz)

2 comentarios:

PALA dijo...

El último capítulo del libro "Los días azules" de Fernando Vallejo siempre me hace llorar.
Me describe una escena que hace parte de mis momentos incunables, de los más bellos de mi infancia: los niños elevando y persiguiendo un globo de navidad.
Nosotros -el más antiguo de mis amigos y yo- luego de jugar a ser Merlín en el sótano de una recordada vieja casa, salíamos a perseguir globos en nuestro pueblo, donde se quedaron muchos de nuestros debuts (en todo).
Han pasado los años. Hoy somos otros, tan diferentes, tan ajenos a los niños inocentes y desprolijos que un día fuimos.
Pero hoy, cuando alguien menciona Navidad o cuando me hablan del año nuevo, no pienso en Unicentro ni en un viejo vestido de rojo. Evoco el olor a pólvora en nuestros dedos y la carcajada cómplice de un amigo que no fue devorado por los años y que hoy, cuando nos encontramos, me abraza, todavía y siempre, como si fuera diciembre y tuviéramos 13 años.

juan dijo...

...por ahí algunas letras atrás ya lo decía: todos somos sobrevivientes de nosotros mismos.

Y más en ciudades como estas donde aprendimos a crecer con el viento en contra y los vidrios rotos. Eran tiempos del eco de algún crash like a bomb, like a rolling stone. Aún así es posible encontrar ternura entre las esquirlas de nuestros recuerdos y diciembre también fue diciembre en nuestra ilusión, cuando todavía tenía rostro divino aquel muñequito de hule que llamábamos niño dios.

Hay algo de allí (de esa época)que aún extraño y aunque hoy no comparta mucho de lo demás, es cierto que la cara de turista que cada quien pone cuando sale al paseo de alumbrados como descubriendo un nuevo lugar, aunque sea el mismo sitio donde vive todo el año, me renueva la esperanza que me dice que adentro de cada uno vive alguien bueno... que cree en la magia, que necesita creer en la magia.

Siempre en diciembre las viudas estarán más tristes al recapitular. Siempre en diciembre será más fuerte sentir la orfandad. Y aún así siempre en diciembre, cosa hermosa de la especie humana, siempre encuentras un motivo para sonreír. Charles Dickens sabe que es así.