martes, 31 de julio de 2007

Sequia

Hoy aprendí que escribir puede ser más simple, acabo de terminar la lectura de las pocas páginas que mi amigo Germán me regaló de su diario de viaje a Jardín (Antioquia), días 19 al 21 de julio; lo mejor fue ver la facilidad de contar los pormenores del viaje, esa hermosa capacidad de fijarse en los detalles básicos, en lo importante, una escritura sin pretensiones, introspectiva y por tanto bella, especialmente por honesta.

Que tonta resulta la vanidad de solo escribir de lo que en algún momento consideramos “los grandes temas”, que torpe desperdicio desaprovechar uno de los más grandes inventos del hombre, la escritura, y que ingenuo se siente el comprobar que no hay “grandes temas”, lo grande está en otra parte, sospecho que tal vez en la capacidad de maravillarse ante el “sabor suavecito de un kumis casero” o “ las cortinas del bus limpiecitas y todas bien recogiditas para permitir al viajero una bella vista del paisaje

El descubrimiento tiene que ver con esta sequía de las palabras, este sentir superficial de cualquier cosa que pudiera decir, desde mayo 22 no me atrevía a poner nada aquí, me empezó a preocupar unos cuantos visitantes ilustres de este perdido recoveco de la blogosfera, una sensación de idiotez, no gratuita, ganada a fuerza de pretender decir lo que no ha de nacer naturalmente, hablar de lo de moda, de la noticia, de algún refinado pensamiento político o de algún idealismo al que aferrarme… en fin, todo muy difícil, más aún si se piensa en el estilo, la coherencia, la fluidez,… todo un camino que me hace retroceder hasta el silencio absoluto.

El silencio es un gran cómplice, puede ser denso y en él esconderse la infamia, la injusticia o la cobardía, pero romper el silencio no es necesariamente tomar partido, las palabras igual pueden ser excusas, mentiras, cortinas de humo, hermanas de la impunidad.

¿Cuanta tinta inútilmente derramada? “Diálogos”, “proceso de paz”, “declaraciones de intención”, “Ahora Si”, “un camino de la paz posible”, ¡que cansancio!, definitivamente el tema debe dejar de ser el centro del decir, ensayaré, por pura ociosidad, el simple decir según la marea de mis antojos, es preferible que el callar.

Mis selecto grupo de lectores, aleatorios casi todos, podrá aceptar o desertar definitivamente, si es lo último me prometo asumirlo con la pequeña dignidad de las diminutas decepciones.