viernes, 28 de septiembre de 2007

ORACION A LA JUSTICIA

ORACION A LA JUSTICIA

Letra: María Elena Walsh

Canta Cuarteto Zupay


Señora de ojos vendados

que estás en los tribunales

sin ver a los abogados,

baja de tus pedestales.

Quítate la venda y mira

Cuánta mentira.

Actualiza la balanza

y arremete con la espada

que sin tus buenos oficios

no somos nada.

Lávanos de sangre y tinta

resucita al inocente

y haz que los muertos entierren

el expediente.

Espanta a las aves negras

y aniquila a los gusanos

y que a tus plantas los hombres

se den la mano.

Ilumina al juez dormido,

apacigua toda guerra

y hazte reina para siempre

de nuestra tierra.

Señora de ojos vendados,

con la espada y la balanza

a los justos humillados

no les robes la esperanza.

Dales la razón y llora

porque ya es hora.

Porque ya es hora

Porque ya es hora

Porque ya es hora

Porque ya es hora

Porque ya es hora

Porque ya es hora

Porque ya es hora

Porque ya es hora

Porque ya es hora

Porque ya es hora

Porque ya es hora…

viernes, 14 de septiembre de 2007

Mal sueño

Eran la 1:53 a.m. cuando su propio grito estremecedor lo arrancó de la pesadilla.

Sabía perfectamente que había sido su grito real, no el del mal sueño, un leve ardor en su garganta lo confirmaba.

Los recuerdos de lo sentido eran vívidos aunque ilógicos, así como lo era el pulso acelerado y la sensación de desasosiego.

Miró la hora en su celular y reacomodó su cuerpo tratando de volver a dormir, un martes es un día de mucho trabajo y su cuerpo le cobraría cada minuto de sueño perdido.

Pero los perturbadores recuerdos no le abandonaban.

Se encontraba en una extraña tierra oscura e invadida por una leve niebla; una sensación de maldad y tristeza lo cubría todo, no parecían existir colores.

Estaba rodeado de personas que nada significaban para él y a todos les pedía que le ayudaran a encontrarla.

Un mal presentimiento le decía que estaba muerta pero a nadie parecía importarle.

Lo acompañaron a buscarla por matorrales y mangas pero no encontraron ningún rastro; la noche empezaba a apoderarse de la montaña y él sabía que no podría irse jamás de allí si no la hallaba.

Todos empezaron a irse hasta que se quedó completamente solo, caminaba apresurado sin ningún rumbo fijo, como si dentro llevara una brújula que a su antojo cambiaba de norte.

A lo lejos divisó un árbol, le pareció uno de esos sauces que tanto había visto en cementerios y un frío intenso recorrió sus venas hasta detenerse en su estomago.

El presentimiento se convertía en certeza, al pie del árbol vio una gran mancha sanguinolenta, sabía que era lo único que quedaba de su amada…

Lanzó un poderoso grito para cortar sus lágrimas y salir del sueño…

¿Como podía extrañar a alguien que nunca había conocido?.

La soledad de su casa retumbaba.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

La verdad o te atreves

La amistad necesita más de la fe que de la verdad

Aquel jueguito de la infancia: “La verdad o te atreves”, que para entonces era inocente, es practicado por otros más osados cuando son irreparablemente adultos.

Lo he visto, veo como se goza mordazmente con desenterrar secretos en sus homónimos a riesgo de levantar oscuridades, espinas, viejas heridas y hasta inconfesables pasados.

La versión comercial del asunto se llama “Nada más que la verdad” donde los concursantes se exponen a que se descubra su intimidad a cambio de una cierta cantidad de pesos.

Aunque todo el asunto sea una puesta en escena, como creen algunos, igual el asunto encierra una perversidad innegable o por lo menos procaz.

El formato desde luego no es Colombiano, es la comercialización de otra forma patentada de “reality” que en mi sentir explota lo más bajo de la condición humana.

En lo que considero mi ética personal hay cosas que no tienen precio, entre ellas, mi intimidad, es decir lo que guardo para mi y mi círculo más cercano.

La clara muestra de deterioro ético es justamente el ser capaz de hacer “todo por la plata”, esa idea que a las “máquinas de hacer dinero” les parecerá un anacronismo estúpido es, para mi, un piso para sostener mis creencias, entre ellas: Que la dignidad personal es un tesoro intransferible, que es posible ser un hombre honrado y llenar la propia existencia de razones que la justifiquen.

La verdad no es una virtud en si misma, hay cosas que es mejor que no se sepan, incluso, que nosotros mismos queremos olvidar.

Por eso dudo de aquella frase de algún prócer “La verdad os hará libres”

¿Libres de que?, ¿Libres para que? ¿Libres a que costo?

lunes, 10 de septiembre de 2007

Primer viaje

El niño abría sus inmensos ojos negros, como tratando de asimilar el significado de esos espacios relucientes de mármoles grises, su abuela, una anciana macilenta y mal vestida refunfuñaba entre sus escasos dietes una maldición que, de repetirse hasta el infinito, dejó de significar el odio que alguna vez pronunció.
La anciana preguntó a la primera persona que tuvo en frente, si esa era la fila para subir al piso dieciséis.
Con gesto de desagrado la elegante abogada le hizo entender que no, que tenía que ir a otra fila; en cuanto se alejó la anciana, la abogada recuperó la respiración al suponer que se había alejado para ella el peligro de algún olor nauseabundo que intuyó por los pobres ropajes de la señora.
El niño caminaba arrastrado por la abuela un paso atrás, atrapada su pequeña mano en las huesudas falanges de su ascendiente.
No comprendía lo que sucedía ni porque estaban en el “Palacio de Justicia”, su abuela le había dicho que tenían que ir a la cárcel a llevarle algo a su madre y él se preguntaba si ese sitio tan bonito era la cárcel.
Les tocó hacerse al final de esa larga fila llena de señoras y señores de mirada pérdida y la abuela le advirtió que tendría que quedarse muy quieto porque iban a montar en ascensor, que iban a subir muchos, muchos pisos flotando por el aire.
La mirada del niño reflejaba sus profundas dudas ¿Cómo era posible?, ¿flotarían por el aire como alguna vez soñó? ¿Vería, por fin, a su madre mientras flotaba?, ¿Como harían después para bajar?
La fila se movía lentamente de cuando en vez, cada que las puertas metálicas se tragaban una buena cantidad de personas y se acortaba más la distancia de ellas a la pareja.
Le preguntó a la abuela lo que tenía que hacer y ella le dijo que solo tenía que quedarse “quietesito”, pero una señora que oyó la pregunta y supo que era su primera vez en ascensor empezó a decirle que era como montar en avión, que sería muy divertido, pero que se agarrara bien duro de la abuela para no caerse, el lo creyó todo.
El rostro del niño mostraba su viaje imaginario y preguntó si había asientos para todos, pero antes que le contestaran se abrió de nuevo la puerta y se tragó otro pedazo de fila.
El niño quedó atrapado entre un montón de adultos, para su decepción el ascensor solo tenía una silla y ya estaba ocupada por una señora vestida de azul.
Todos empezaron a decir números y la abuela volvió a preguntar si esto la llevaba al piso dieciséis, nadie le contestó y de repente se cerraron las puertas.
El niño contuvo la respiración y se aferró duro a la mano de su abuela, en su estómago sintió que de un momento a otro comenzaría a flotar y le preocupaba perderse entre toda esa gente flotando, sintió un vacío en sus rodillas y su rostro todo reflejaba el asombro, mezcla de emoción, miedo y alegría… de repente se abrieron de nuevo las puertas.
Se preguntó lo que pasaba ¿se habría dañado la máquina? Concluyó que si, porque algunas personas se empezaron a bajar, pero un instante después se volvieron a cerrar, de nuevo todo empezaba, ahora seguro que si iban a flotar, sintió lo mismo que antes y pensó que seguramente el aparato funcionaría mejor con menos gente, ahora si había espacio para flotar y ya no tenía miedo…
Pero no, todo volvió a parar y se abrieron de nuevo las puertas para que otros se bajaran, esperaba que se volvieran a cerrar para intentarlo de nuevo, pero su abuela lo jaló del brazo… habían llegado ¡y el no quería bajarse!,
¿Pero como? no le había tocado sentir como un avión, o por lo menos, no como el imaginó sentir.

martes, 4 de septiembre de 2007

Ambiguo

Lo que oímos, como lo que somos, es la suma de nuestra historia y nuestras circunstancias; nacimos en un tiempo y en un lugar en el que confluyen mezclas, tendencias, culturas, identidades y sin remedio, o por fortuna, según se mire, ese es el caldo del que bebemos.

Hace poco oí duras críticas a la “fusión”, como vienen denominando algunos jóvenes a lo que hacen al mezclar a su antojo músicas tradicionales, sonidos ancestrales, con ritmos electrónicos y originarios de otros espacios y tiempos.

Que falta de originalidad!, decían, y me quedé preguntándome si mi crasa ignorancia me impide distinguir una cosa de otra, si no tengo un gusto definido y porque hay tantas cosas tan distintas que son de mi agrado cuando debieran excluirse o repelerse.

Puede ser que no tengo el oído refinado, ni tampoco el paladar exquisito, para apreciar los sonidos “Gurmet” que se supone son los producidos por los sabios de las músicas puras – si es que eso existe –, pero cabe la posibilidad de que esos críticos sean los de oídos sordos a lo nuevo hecho aquí con sonidos reciclados, retoños de flores nacidos en el estiércol gusarapiento del pasado.

Me confieso “cross over”, capaz de soportar, y hasta gustar, casi todas las músicas, mientras no se prolonguen en el tiempo indefinidamente, porque creo que es una falsedad acudir al recurso de nuestra “identidad”, cuando ella no existe.

Me gusta la frase de Puerto Candelaria en su segundo CD “nuestra identidad es la falta de identidad”.

Para otros el valor de un trabajo nuevo radica en que sea extranjero, de preferencia en idioma incomprensible y santificado por algún Gurú del mercadeo globalizado.

Yo celebro la existencia de seres que se burlan de eso haciendo con su música lo que les da la gana, con la simple excusa de gozarse el estar vivo: Trance o proceso previo a la muerte.

Puede resultar ambiguo este gusto, pero lo prefiero a esos purismos que me suenan hipócritas.