lunes, 10 de septiembre de 2007

Primer viaje

El niño abría sus inmensos ojos negros, como tratando de asimilar el significado de esos espacios relucientes de mármoles grises, su abuela, una anciana macilenta y mal vestida refunfuñaba entre sus escasos dietes una maldición que, de repetirse hasta el infinito, dejó de significar el odio que alguna vez pronunció.
La anciana preguntó a la primera persona que tuvo en frente, si esa era la fila para subir al piso dieciséis.
Con gesto de desagrado la elegante abogada le hizo entender que no, que tenía que ir a otra fila; en cuanto se alejó la anciana, la abogada recuperó la respiración al suponer que se había alejado para ella el peligro de algún olor nauseabundo que intuyó por los pobres ropajes de la señora.
El niño caminaba arrastrado por la abuela un paso atrás, atrapada su pequeña mano en las huesudas falanges de su ascendiente.
No comprendía lo que sucedía ni porque estaban en el “Palacio de Justicia”, su abuela le había dicho que tenían que ir a la cárcel a llevarle algo a su madre y él se preguntaba si ese sitio tan bonito era la cárcel.
Les tocó hacerse al final de esa larga fila llena de señoras y señores de mirada pérdida y la abuela le advirtió que tendría que quedarse muy quieto porque iban a montar en ascensor, que iban a subir muchos, muchos pisos flotando por el aire.
La mirada del niño reflejaba sus profundas dudas ¿Cómo era posible?, ¿flotarían por el aire como alguna vez soñó? ¿Vería, por fin, a su madre mientras flotaba?, ¿Como harían después para bajar?
La fila se movía lentamente de cuando en vez, cada que las puertas metálicas se tragaban una buena cantidad de personas y se acortaba más la distancia de ellas a la pareja.
Le preguntó a la abuela lo que tenía que hacer y ella le dijo que solo tenía que quedarse “quietesito”, pero una señora que oyó la pregunta y supo que era su primera vez en ascensor empezó a decirle que era como montar en avión, que sería muy divertido, pero que se agarrara bien duro de la abuela para no caerse, el lo creyó todo.
El rostro del niño mostraba su viaje imaginario y preguntó si había asientos para todos, pero antes que le contestaran se abrió de nuevo la puerta y se tragó otro pedazo de fila.
El niño quedó atrapado entre un montón de adultos, para su decepción el ascensor solo tenía una silla y ya estaba ocupada por una señora vestida de azul.
Todos empezaron a decir números y la abuela volvió a preguntar si esto la llevaba al piso dieciséis, nadie le contestó y de repente se cerraron las puertas.
El niño contuvo la respiración y se aferró duro a la mano de su abuela, en su estómago sintió que de un momento a otro comenzaría a flotar y le preocupaba perderse entre toda esa gente flotando, sintió un vacío en sus rodillas y su rostro todo reflejaba el asombro, mezcla de emoción, miedo y alegría… de repente se abrieron de nuevo las puertas.
Se preguntó lo que pasaba ¿se habría dañado la máquina? Concluyó que si, porque algunas personas se empezaron a bajar, pero un instante después se volvieron a cerrar, de nuevo todo empezaba, ahora seguro que si iban a flotar, sintió lo mismo que antes y pensó que seguramente el aparato funcionaría mejor con menos gente, ahora si había espacio para flotar y ya no tenía miedo…
Pero no, todo volvió a parar y se abrieron de nuevo las puertas para que otros se bajaran, esperaba que se volvieran a cerrar para intentarlo de nuevo, pero su abuela lo jaló del brazo… habían llegado ¡y el no quería bajarse!,
¿Pero como? no le había tocado sentir como un avión, o por lo menos, no como el imaginó sentir.

4 comentarios:

César-in dijo...

El problema es que cuando crecemos perdemos el entusiasmo y el deseo de hacer que las cosas sean como las imaginamos... nos acostumbramos a que las cosas no se parezcan y nos conformamos.
Me encantó tu visita... hace rato ¿no?
Buen viento...

PALA dijo...

Justicia-Injusticia.
El balancín nos sacude hasta marearnos.
La posibilidad de equilibrar las cargas o de encontrar un lugar en el que los derechos se reconozcan, se protejan, se salven, es para muchos -yo ahí- inalcanzable.
Algo nos protege, sin embargo.
O digamos que algo nos aisla, no como la burbúja aséptica, sino como la pantalla del cine: algo nos permite mirar mientras nos resistimos a ser devorados por la injusticia.
Es la sensibilidad.
Es la consideración del otro.
¡Me emociona tu armadura de poliuretano reforzado!: a diario te roza la injusticia y convivís con la impotencia de quien quisiera tener en sus manos la posibilidad de demostrar a alguien que se puede ser justo, pero termina cercado por la realidad mezquina. Sin embargo sos niño, y te conmovés, y se te dobla el alma ante los otros.
Por eso me ha enorgullecido siempre contarte entre los amigos que no pasan.

Anónimo dijo...

CUANDO SOMOS NIÑOS, SOMOS FELICES CON PEQUEÑECES, Y CREEMOS QUE TODO ES COMO NOS DICEN SER, Y LA IMAGINACION NOS LLEVA A MUNDOS MARAVILLOSOS, Y ES ESA LA QUE NOS PERMITE SER FELICES...
LUEGO CRECEMOS Y POCO A POCO, NOS VAMOS DANDO CUENTA QUE LAS COSAS NO SON COMO NOS SOLIAN PARECER, PORQUE DE UNA U OTRA MANERA NOS SOLIAN DECIR QUE ERAN... AHI ESTA LA CUESTION VERDAD O MENTIRA!!!
"EL GATO NO ES COMO LO PINTAN" Y NOS INVITAN A IMAGINAR, PERO NOS DEBERIAN PREVENIR SOBRE LO CRUEL QUE PUEDE SER EL MUNDO...

Anónimo dijo...

Ayer, mi sobrina decía: "!AGUA¡" y se acercaba corriendo hasta la ventana, llena de felicidad al ver llover. Era esa capacidad de asombre que reina en el mundo de la infancia, pero, cuando la realidad comienza su acto, interponiéndose con la fantasía, esta última termina muriendo.