martes, 4 de septiembre de 2007

Ambiguo

Lo que oímos, como lo que somos, es la suma de nuestra historia y nuestras circunstancias; nacimos en un tiempo y en un lugar en el que confluyen mezclas, tendencias, culturas, identidades y sin remedio, o por fortuna, según se mire, ese es el caldo del que bebemos.

Hace poco oí duras críticas a la “fusión”, como vienen denominando algunos jóvenes a lo que hacen al mezclar a su antojo músicas tradicionales, sonidos ancestrales, con ritmos electrónicos y originarios de otros espacios y tiempos.

Que falta de originalidad!, decían, y me quedé preguntándome si mi crasa ignorancia me impide distinguir una cosa de otra, si no tengo un gusto definido y porque hay tantas cosas tan distintas que son de mi agrado cuando debieran excluirse o repelerse.

Puede ser que no tengo el oído refinado, ni tampoco el paladar exquisito, para apreciar los sonidos “Gurmet” que se supone son los producidos por los sabios de las músicas puras – si es que eso existe –, pero cabe la posibilidad de que esos críticos sean los de oídos sordos a lo nuevo hecho aquí con sonidos reciclados, retoños de flores nacidos en el estiércol gusarapiento del pasado.

Me confieso “cross over”, capaz de soportar, y hasta gustar, casi todas las músicas, mientras no se prolonguen en el tiempo indefinidamente, porque creo que es una falsedad acudir al recurso de nuestra “identidad”, cuando ella no existe.

Me gusta la frase de Puerto Candelaria en su segundo CD “nuestra identidad es la falta de identidad”.

Para otros el valor de un trabajo nuevo radica en que sea extranjero, de preferencia en idioma incomprensible y santificado por algún Gurú del mercadeo globalizado.

Yo celebro la existencia de seres que se burlan de eso haciendo con su música lo que les da la gana, con la simple excusa de gozarse el estar vivo: Trance o proceso previo a la muerte.

Puede resultar ambiguo este gusto, pero lo prefiero a esos purismos que me suenan hipócritas.

1 comentario:

PALA dijo...

¡Qué lúcido lo que decís, hermano!
El pretendido movimiento musical nacional no sólo es imposible, sino ridículo: somos un país ecléctico y es la variedad lo que nos define.
¡Bienvenido cualquier intento por decir detrás de un instrumento o de un micrófono lo que se piensa...!
!Eso si!... Bienvenido siempre y cuando el deseo de decirlo y el estilo, nazca del alma del músico y no de las decisiones de un directivo de un sello musical o de un programador radial (¡cual de los dos más nefasto!)