viernes, 1 de diciembre de 2006

De árboles y enredaderas



Absortos en nuestras pequeñograndes preocupaciones solemos caminar con paso apurado, cabeza gacha, mirada perdida, tratando inútilmente de estirar nuestros días, horas, minutos, segundos, aferrados a nuestras disculpas… y en esas se nos va olvidando el paisaje… la nube redonda que marcha lenta sin camino, los gorriones a los que no les importa la ciudad, la flor que heroicamente rompe el pavimento…
Nos pasa también con los amigos, olvidamos su presencia, no porque estén ausentes, sino porque nos hacemos invisibles en nuestros asuntos y la invisibilidad solo es posible con la ceguera, así que creemos que ellos igual se han vuelto invisibles.
Pero no, ahí están, ahí estaban mientras andábamos perdidos de nosotros mismos e intuyo que ahí estarán por mucho tiempo, aunque se nos olviden las promesas y nos volvamos a perder irremediablemente.
Pero, mientras, que bueno saber que existen, saber que no nos han abandonado y sentir que el tiempo ha sido un lago tranquilo que uno va pasando… que gusto saber que aquella conversación que empezó en otro siglo seguirá por un buen rato.
Esos árboles del camino, como vos, siguen justificando que nos detengamos a mirarte y maravillarnos de ver que en lo más grueso de tu tronco anida una hermosa criatura que no se quiere ir y que no se irá nunca, no hacen falta artilugios de adivinación para intuir que ese amor se convertido en tu sabia…, y todo a tu alrededor, incluso las enredaderas florecientes! O tantos frutos que con orgullo regalas a quienes te queremos…

“Dios y mi canto
Saben a quien
Nombro tanto…”

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