Dos colegialas descaradamente hermosas derrochan sonrisas y sonrojos para salir de escena, el hombre de traje gris cruza rápidamente, parece flotar y solo su portafolio lo mantiene pegado al piso, pero pronto pasa a un segundo plano, una obesa dama escarba en las basuras en la acera de un edificio, la acompaña un perro negro, particularmente bello y dueño de la calle, ella le habla, parece que tienen una conversación fluida porque él la observa detenidamente mientras ella sin dejar de hablar esculca en las bolsas negras, se supone que eso le toca al perro pero por alguna razón la costumbre ha cambiado y en esta ocasión es ella la que mete la mano en las inmundicias de un conjunto residencial, la conversación se prolonga, ahora parece que discuten, seguramente al perro le disgusta no poder olfatear a sus ansias y teme que los mejores hallazgos se los lleve ella, riñen y ella cruza media calle, él inmóvil, ella gira y le grita para que la siga, pero él no se mueve, espera pacientemente a que pase el bólido que por poco la atropella, pasado el peligro el perro la alcanza para continuar la inspección...
La escena se desliza rápidamente para desaparecer definitivamente, en los altavoces del colectivo resuena una extraña banda sonora...
La obra espantó el espanto, la sonrisa invisible es el aplauso.