Lo confieso, soy lento, mis
pensamientos, en las más de las
ocasiones, no viajan a la velocidad de la imaginación, como era de esperarse,
sino a pie, como en otros tiempos, distrayéndose en el camino con el paisaje,
los olores, los colores indefinidos, termino reaccionando demasiado tarde ante
alguna cuestión relevante de la conversación que me causó picazón en algún
misterioso recodo de mi ser, una incomodidad extraña que retorna en horas de
reposo, cuando las horas de desvelo me hacen volver a los minutos ya vividos.
Ayer sin aviso previo soltaste “¿será
una involución que este director de renombre ahora este en nuestra ciudad?,
mira que ha tocado en los mejores escenarios del mundo y a continuación, con
una sola respiración, leíste de corrido la vida artística del personaje en
cuestión que a modo de reseña ilustraba el programa de la obra.
Yo me quedé impávido, estaba a
punto de objetar cuando otro de los presentes exclamó algo que cambió de
inmediato, y para siempre, el rumbo de la conversación.
Pero algo había quedado
incompleto, mis preguntas intentaron ser verbalizadas y ante su fracaso,
dejaron algún oscuro signo en mi recuerdo para volver a ser visto en las horas
muertas.
Ahora visto todo en
retrospectiva, sin la premura de la
inmediatez y la ventaja del pensar lento opino que es un buen punto para
volver.
Desbarato tu ironía a mi antojo,
a mansalva y sobre seguro y sin derecho
a contradicción inmediata, pero con ánimo de provocar.
Entonces secciono el discurso en
posibles interpretaciones:
·
Este apartado lugar del mundo, aquí, donde
vivimos, no merece la visita de nadie que tenga verdadero talento
·
Solo los de otra parte tienen valor, y eso se
los da haberse presentado en los “mejores
escenarios”
·
Nuestros escenarios son un miserable recodo del
camino, que cualquier artista famoso haría bien en descartar de su itinerario y
hasta en ocultar discretamente de sus admiradores
·
No vale la pena hacer nada en este oscuro pozo
Ninguno de esos caminos me lleva
a nada, es un nihilismo con el cual suelo comulgar a regañadientes, al final no
importa el sitio, no importa el virtuosismo, no importa si el acto está avalado
por la fama o se trata de un magistral inédito, invisible, irrepetible o se
trata de una soberana estupidez que coincide con el mal gusto cotidiano.
En el fondo las preguntas vuelven
sobre sí mismas, ¿Cuál es el verdadero sentido de lo bello?, ¿Qué es lo que
realmente nos conmueve y porque esa conmoción es eventual?, ¿Cuántos de esos
momentos de gran belleza tendremos la suerte de encontrar en nuestra
existencia?
Teceo 24/ag/2014